jueves, 28 de junio de 2007

Zoom en el edificio de la calle Paraguay

Ejercicio de escritura a partir de "El espíritu de emulación" de Fernando Sorrentino

La ardilla había llegado al edificio hacía unos años. El leopardo, apenas unos meses atrás. Provenían de la misma selva, donde todo era amplio como el mismísimo cielo.

- El dinero es lo que los hace poderosos aquí, ¿vio don Leopardo? (Iniciaba la conversación la ardilla que estaba algo aburrida.)

- ¡Dígamelo a mí! que para comer tengo que esperar que alimenten a las cotorras, así dejan de gritar. Les molestan los gritos de las cotorras, puede creer? (Contestó molesto el leopardo).

- Y... me imagino su sentimiento de impotencia... debe mirar sus garras como quien se encuentra 1.000.000 de australes.

- ¿Australes?

- Sí, una moneda ya devaluada. Dejémoslo ahí. ( concluyó la ardilla que jamás desaprovecha la oportunidad de desanimar al leopardo. Lo logró, aunque no por mucho tiempo, la bestia empezó a dudar si la jerarquía que tuvo en la selva era realmente causa perdida.)

El leopardo pensó que de alguna manera podría forzar la restitución a su lugar. Habló con la ardilla acerca de su plan y la ardilla convencida, también ideó su estrategia.

Ella haría madrigueras en el 5º C, donde vivía, no quedaría lugar blando o semiduro sin hurguetear, almohadas, almohadones, sillas, sillones, cajas, cajitas, cajones, nada, nada estaría a salvo hasta lograr su despido.

Para el leopardo sería más fácil, recibiría a sus dueños con una mirada amenazante, un grito al lado de la cama cada hora, durante toda la noche, mostraría sus dientes al integrante de la familia que lo mirase, con eso sería suficiente.

Así fue, los vecinos del 2ºD y el 5ºC pensaron en deshacerse de sus mascotas de inmediato y esta vez, el espíritu de emulación no había intervenido.
Se encontraron en el ascensor y manifestaron sus inquietudes en una amena conversación.

El vecino del 2ºD: -Pensamos en un animal más pequeño para que pueda jugar nuestro pequeño hijo. (Mintió)

El vecino del 5ºC: -Fíjese, nosotros pensamos en un felino, el balcón es amplio y soleado, les gustan esos espacios.
Llegaron a un acuerdo inmediatamente y cada uno entró a su departamento.
Simultáneas fueron las alegrías de sus mascotas también, al ver los movimientos extraños que empezaron en sendas casas.
Observaron con placer los preparativos de una mudanza. ¡Serían devueltos! Sus cuerpos latían como nunca, basta de rutinas, de sabanitas y moños, la promesa de terminar con la urbanidad los entusiasmó. Hasta sintieron vergüenza, esa cosa que a veces sienten los humanos, por todo lo que habían hecho para conseguirlo.

Salen con sus bártulos por la puerta principal y una sonrisa implantada en cada hocico que bórrose automáticamente, como en espejo. Desaparecieron las felices muecas al enfrentarse los bichos, sujetos a sus respectivos amos. Viéronse, siendo parte de un "trueque", justo en la entrada del ascensor.

- ¡Esto es una estafa al honor! murmuraba exhasperado el leopardo.

La ardilla tiraba de la soguita hacia el otro lado, para resistirse de algún modo al intercambio.

- Acá nada se pierde, mas bien, cambia de dueño.( Balbuceó somnoliento el zorro que acostumbraba hacer una siesta debajo de la escalera y con esa ironía de zorro que no se le quita.)

- Este es un buen lugar, con buenos dueños. ¡Mire si no! que hasta logran hacer que la "libertad" para algunos no deje de ser una gran ilusión. (Replicó el oso pardo que trataba de dormir en el pasillo sujeto de una soga a la barra de la escalera. Se había contagiado de la ironía del zorro, ésta se le ha incorporado quizá por la proximidad, quizá por la repetición.)

- ¡Esa falta de optimismo, osote! ¡Qué es eso! ¡Dónde está la esperanza! Todo se le mete debajo de esa piel tan gruesa que tiene, y vaya usted a encontrar algo. ¡Así no puede ver el lado bueno que tienen las cosas! (Protestó la jirafa mientras comía las masitas que le pedía al escritor).

Al fin de cuentas las masitas le gustaban más que andar juntando hojitas de los árboles y no le interesaba demasiado andar pensando en "cosas raras".

Eso de "cada carancho a su rancho", llegó a ser algo tan relativo... Las mudanzas fueron cosa de todos los días, nadie sabía dónde estaría al día siguiente, y de a poco, dejaron de nombrar a la selva, tampoco se puede asegurar que se la hubiese olvidado.

miércoles, 6 de junio de 2007

Mientras tanto, lo nimio

Sólo la primera hora del día era suya.
En unos minutos, antes de repartirse entre delantales, desayunos y trabajo. Antes, se entregaba a la introspección mientras tomaba unos mates con la mirada alejada y hacia adentro a la vez miraba los árboles desde la ventana. En cada parte de su vida, en cada recuerdo, tenía un árbol. Gigante testigo añoso, nunca ausente.
Alguien desliza por debajo de la puerta la correspondencia puntualmente. Sin embargo continuaba incorruptiblemente fiel a ese instinto innato de sumergirse en interminables buceos mentales. Demorando la realidad, mientras pudiera.
Se permitía cierto despegue, a esa hora del día, una especie de vuelo rasante que duraba unos minutos. Era capaz de olvidarse de sí misma y del calendario.
Sólo le llamaba la atención esa mujer, la de la casita nueva, cruzando la calle. Sale cada mañana a remover sus lastros. Cambia de lugar diversos objetos en uso y desuso. Se da a la tarea de acomodarlos en forma sistemática.
Termina. Con la misma dedicación corta el pasto que rodea el árbol de su vereda. Usa un cuchillo que guarda en una caja de herramientas.
Deja caer su pelo al costado, largo, pelo que cubre su rostro y con él los años.
Sus vestidos son siempre largos también. Siempre oscuros. El cuerpo menudo puede adivinarse debajo de los pliegues amplios.
La mira, parece encontrar en esa mujer la misma dimensión del tiempo que ella tiene. Es una idea que fue concibiendo con el paso de los días.
Observa que nunca recogía su cabello, no demarcaba su cuerpo, tampoco llevaba reloj. Le parecía un ser libre. Sin sujeciones.
Luego la ve entrar a la casa y sacar dos sillas, sentarse en una y esperar.
Más tarde llega una pequeña con un gran carro de tiro, montado sobre dos ruedas de madera. Lo arrastra hasta llegar donde ella descansa. Los zapatos juntos, las puntas de los pies apenas apoyadas al piso y los talones levantados.
La niña esparce sobre el cesped y los mosaicos limpios lo que trae en su carro con exagerado deleite.
Ella desde su lugar disfruta del concierto, diversos sonidos se escapan de las cucharas, las cajitas, los restos de juguetes y aparatos inservibles al ser disparados hacia todas direcciones.
Una gran sonrisa se desprende de ese rostro aindiado.
El mate se enfriaba entre las manos mientras se cuestionaba cómo ha hecho esa mujer para que sus horas fueran siglos y una cantidad de objetos inútiles regados por doquier, un espectáculo. Concluye que quizá sólo ha abierto los ojos y sin entuertos especulativos ha visto al que está a su lado, ha reparado en la niña que deambula en el mismo tiempo paralelo que ella habita. Decide entonces, gastar sus horas preparando el espacio para encontrarse con alguien cada día y compartir lo que se desee compartir. Sin formalidades, ni fechas, ni horarios. 

Suena el despertador de los chicos, esta tarde los llevará a visitar a los abuelos.