miércoles, 6 de junio de 2007

Mientras tanto, lo nimio

Sólo la primera hora del día era suya.
En unos minutos, antes de repartirse entre delantales, desayunos y trabajo. Antes, se entregaba a la introspección mientras tomaba unos mates con la mirada alejada y hacia adentro a la vez miraba los árboles desde la ventana. En cada parte de su vida, en cada recuerdo, tenía un árbol. Gigante testigo añoso, nunca ausente.
Alguien desliza por debajo de la puerta la correspondencia puntualmente. Sin embargo continuaba incorruptiblemente fiel a ese instinto innato de sumergirse en interminables buceos mentales. Demorando la realidad, mientras pudiera.
Se permitía cierto despegue, a esa hora del día, una especie de vuelo rasante que duraba unos minutos. Era capaz de olvidarse de sí misma y del calendario.
Sólo le llamaba la atención esa mujer, la de la casita nueva, cruzando la calle. Sale cada mañana a remover sus lastros. Cambia de lugar diversos objetos en uso y desuso. Se da a la tarea de acomodarlos en forma sistemática.
Termina. Con la misma dedicación corta el pasto que rodea el árbol de su vereda. Usa un cuchillo que guarda en una caja de herramientas.
Deja caer su pelo al costado, largo, pelo que cubre su rostro y con él los años.
Sus vestidos son siempre largos también. Siempre oscuros. El cuerpo menudo puede adivinarse debajo de los pliegues amplios.
La mira, parece encontrar en esa mujer la misma dimensión del tiempo que ella tiene. Es una idea que fue concibiendo con el paso de los días.
Observa que nunca recogía su cabello, no demarcaba su cuerpo, tampoco llevaba reloj. Le parecía un ser libre. Sin sujeciones.
Luego la ve entrar a la casa y sacar dos sillas, sentarse en una y esperar.
Más tarde llega una pequeña con un gran carro de tiro, montado sobre dos ruedas de madera. Lo arrastra hasta llegar donde ella descansa. Los zapatos juntos, las puntas de los pies apenas apoyadas al piso y los talones levantados.
La niña esparce sobre el cesped y los mosaicos limpios lo que trae en su carro con exagerado deleite.
Ella desde su lugar disfruta del concierto, diversos sonidos se escapan de las cucharas, las cajitas, los restos de juguetes y aparatos inservibles al ser disparados hacia todas direcciones.
Una gran sonrisa se desprende de ese rostro aindiado.
El mate se enfriaba entre las manos mientras se cuestionaba cómo ha hecho esa mujer para que sus horas fueran siglos y una cantidad de objetos inútiles regados por doquier, un espectáculo. Concluye que quizá sólo ha abierto los ojos y sin entuertos especulativos ha visto al que está a su lado, ha reparado en la niña que deambula en el mismo tiempo paralelo que ella habita. Decide entonces, gastar sus horas preparando el espacio para encontrarse con alguien cada día y compartir lo que se desee compartir. Sin formalidades, ni fechas, ni horarios. 

Suena el despertador de los chicos, esta tarde los llevará a visitar a los abuelos. 

1 comentario:

amanda dijo...

estos lugares nimios que disponés son hermosos y uno puede bucear y mirar árboles. Gracias por eso.