Entró una llamada con número desconocido y
atendió. Era él, no reconoció su voz, aunque sólo habían pasado dos años,
desde su último encuentro.
- A las cinco. Vas a estar, no? En el bar de siempre.
Era una tarde cálida, la humedad se notaba en los adoquines,
en los pocos que quedaban, también en el asfalto y en los toldos multicolores
de los kioscos.
Camino al bar, ella se detuvo en una casa de modas para ver
el vestido que exponían. Más que el modelo le atraía el
género violeta, podría jurar que su madre le había hecho uno del mismo color para los
domingos, cuando tendría 5 ó 6 años. Atrajo su atención la manera en que le
caían encima las rosas de la pañoleta dispuesta sobre la espalda del maniquí. La luz les daba de modo que,
si se cambiaba el punto de vista, parecían estar en movimiento lento y
constante, como ese holograma de Louis Armstrong que había visto en el museo.
Puntualmente entró al bar. El gozne de la puerta continuaba haciendo el mismo ruido. Dio un vistazo, él no había llegado todavía. Eligió
sentarse en la mesita del fondo, cerca del cuadro de Greta Garbo que, por
cierto, seguía inclinado.
El ventilador del techo removía el vaho.
El mozo estaba sentado
en una de las sillas altas de la barra mirando atentamente a las mujeres que
esperaban en una de las mesas.
Al fin lo vio entrar.
-Se me rompió el auto- Explicó.
Se sentó. Al instante estuvo allí el mozo para tomar el
pedido. Dos cafés, uno cargado. Encendió, apurado, un cigarrillo. Aún le
rondaba en la cabeza la conversación con el ingeniero que rechazó su proyecto.
Mordía el filtro, ese gesto, a ella le hacía apretar los labios como la tiza, al
raspar el pizarrón de la escuela donde
tuvo su primer trabajo.
-¿Qué te dijo? -Quiso
saber, mientras reacomodaba su
cartera de hilo en el respaldo de la
silla.
-Nada, que no se adapta a las necesidades de la empresa. Era
una buena oportunidad. -Contestó.
Sacó la carpeta, leía lo escrito, revisó los planos.
- El presupuesto era inmejorable- Dijo. Cerró la carpeta. Otro
cigarrillo. Trajo el cenicero de la mesa de al lado. Marcó un número en su
teléfono habló con alguien cerca de 15
minutos. Volvió a abrir la carpeta.
-Era una buena oportunidad- Repitió.
El cartón con los precios se movía cada vez que chirriaba el
gozne de la puerta.
- El café está frío mozo- Reclamó ella.
El cielo parecía derrumbarse de un momento a otro. No era el
cielo sino una oscura y densa masa revuelta que crujía intermitente.
Él había puesto la carpeta sobre una silla y buscaba el
diario con los ojos entreabiertos por el humo profuso que emanaba de su boca.
Una tímida lluvia empezaba a caer. Ella tomó su bolso de
hilo, sacó un lápiz, y en una servilleta empezó a escribir:
Iteración
El sonido de la lluvia se repite
En las hojas secas sobre el suelo seco
Después de cada verano
Se repite,
Como el pasado,
En tu sombra
Se repite,
Como la luna.
En todas las aguas.
No esperó otro café. Guardó su lápiz y dejó el papel sobre la mesa. Se paró
delante del cuadro de Greta, lo enderezó con cuidado, lo observaba mientras iba
hacia la entrada.
En la puerta, antes de salir, subió el cierre de la canadiense. Detuvo la mirada en una nena que estaba en la vereda de en frente y con un paraguas rojo en la mano saltaba, como en una rayuela, los charquitos que comenzaban a formarse entre las baldosas
rotas.