martes, 23 de julio de 2013

OPORTUNIDADES


Entró una llamada con número desconocido  y  atendió. Era él, no reconoció su voz, aunque sólo habían pasado dos años, desde  su último encuentro.
- A las cinco. Vas a estar, no? En el bar de siempre.
Era una tarde cálida, la humedad se notaba en los adoquines, en los pocos que quedaban, también en el asfalto y en los toldos multicolores de los kioscos.
Camino al bar, ella se detuvo en una casa de modas para ver el vestido que exponían. Más que el modelo le atraía el género violeta, podría jurar que su madre le había hecho uno del mismo color para los domingos, cuando tendría 5 ó 6 años. Atrajo su atención la manera en que le caían encima las rosas  de la pañoleta dispuesta sobre la espalda del maniquí. La luz les daba de modo que, si se cambiaba el punto de vista, parecían estar en movimiento lento y constante, como ese holograma de Louis Armstrong  que había visto en el museo.
Puntualmente entró al bar. El gozne de la puerta continuaba haciendo el mismo ruido. Dio un vistazo, él no había llegado todavía. Eligió sentarse en la mesita del fondo, cerca del cuadro de Greta Garbo que, por cierto, seguía inclinado.
El ventilador del techo removía el vaho.
El mozo  estaba sentado en una de las sillas altas de la barra mirando atentamente a las mujeres que esperaban en una de las mesas.
Al fin lo vio entrar.
-Se me rompió el auto- Explicó.
Se sentó. Al instante estuvo allí el mozo para tomar el pedido. Dos cafés, uno cargado. Encendió, apurado, un cigarrillo. Aún le rondaba en la cabeza la conversación con el ingeniero que rechazó su proyecto. Mordía el filtro, ese gesto, a ella le hacía apretar los labios como la tiza, al raspar el pizarrón de la  escuela donde tuvo su primer trabajo.
-¿Qué  te dijo? -Quiso saber,  mientras reacomodaba su cartera  de hilo en el respaldo de la silla.
-Nada, que no se adapta a las necesidades de la empresa. Era una buena oportunidad. -Contestó.
Sacó la carpeta, leía lo escrito, revisó los planos.
- El presupuesto era inmejorable- Dijo. Cerró la carpeta. Otro cigarrillo. Trajo el cenicero de la mesa de al lado. Marcó un número en su teléfono  habló con alguien cerca de 15 minutos. Volvió a abrir la carpeta.
-Era una buena oportunidad- Repitió.
El cartón con los precios se movía cada vez que chirriaba el gozne de la puerta.
- El café está frío mozo- Reclamó ella.
El cielo parecía derrumbarse de un momento a otro. No era el cielo sino una oscura y densa masa revuelta que crujía intermitente.
Él había puesto la carpeta sobre una silla y buscaba el diario con los ojos entreabiertos por el humo profuso que emanaba de su boca.
Una tímida lluvia empezaba a caer. Ella tomó su bolso de hilo, sacó un lápiz, y en una servilleta empezó a escribir:

Iteración
El sonido de la lluvia se repite
En las hojas secas sobre el suelo seco
Después de cada verano

Se repite,
Como el pasado,
En tu sombra

Se repite,
Como la luna.
En todas las aguas.

No esperó otro café. Guardó su lápiz  y dejó el papel sobre la mesa. Se paró delante del cuadro de Greta, lo enderezó con cuidado, lo observaba mientras iba hacia la entrada.
En la puerta, antes de salir,  subió el cierre de la canadiense. Detuvo la mirada en  una nena que estaba en la vereda de en frente y con un paraguas rojo en la mano saltaba, como en una rayuela, los charquitos que comenzaban a formarse entre las baldosas rotas.

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