martes, 4 de diciembre de 2007

Faltó la jirafa

Ejercicio de escritura a partir del cuento "El Espíritu de emulación" de Fernando Sorrentino

Al cabo de un tiempo, los bichos, habían cambiado varias veces de domicilio.

Cada uno logró ciertas generalizaciones, encontraron regularidades en sus anfitriones de acuerdo al grado de observación individual.

La perspicacia es la  cualidad  más conocida del zorro, de modo que se había convertido en el asesor de la población amascotada del edificio. Con el objetivo de oficializar su puesto había organizado su propio agasajo. Fijó el evento para el día jueves, a la noche, cuando los dueños asistitían a la reunión de consorcio de la planta baja. Un sitio seguro, la terraza, decidió sin muchas opciones más.
La esperada tertulia comenzó con un discurso proselitista innecesario pero que sus ínfulas de zorro no pudieron evitar. Y en medio de declamaciones libertarias vociferó: -¡Estamos cansados de las caprichosas mudanzas a las que nos someten nuestros efímeros amos! ¡Estamos hartos de heladeras y almacenes con candados! Y si ya conocemos los recorridos...¡Para qué las sogas!

La ovación fue total. El oso rugió de una manera que ensordeció a la concurrencia. El collar nunca le había pesado tanto hasta oír esas palabras.

Los castores y ardillas hicieron la equivalencia sogas-cadenas, con ellos las sogas no habían resultado, se las comían. Y pensaron que estaban tan acostumbrados al tintineo del metal que el silencio quizá los desconcertaría.
De todos modos saltaron de contentos.
La alegría era superlativa en ese mundo animal insertado en esa terraza pavimentada.


Los loros también acompañaron la algarabía con aleteos y gritos, a pesar de que no padecían las sogas como el resto. Cuando se dieron cuenta de esto agregaron: -¡Ni sogas, ni jaulas!
El zorro que ya demostraba cierta visión política notó que se trataba de una pequeña minoría, hizo oídos sordos, perdió la mirada en el tumulto de los congregados.
Los loros subían el volumen tratando de ser escuchados. Hasta que las víctimas de las sogas les pidieron que se callen, por el bien común, que se callen.

Los loros apabullados se callaron, más que por convencimiento, por la confusión que les produjo esa construcción sustantiva: "el bien común". No entendieron por qué si el bien era común no los incluía. Decidieron, entonces, hacer una convención de loros al día siguiente, a la misma hora. El lugar no sería un problema porque sus jaulas pendían todas de los balcones que daban al este, podrían comunicarse facilmente.

Ellos cumplían una función poco valorada, la del espionaje: oían y repetían, a veces sin entender, los comentarios de sus amos a los demás animales. Entonces el loro del 3º propuso suspender las transmisiones hasta que sean incluidas las jaulas al proyecto.

El loro del 1º dijo que podrían no colaborar en abrir latas robadas.

Todos estuvieron de acuerdo. Las medidas se pusieron en marcha. La pequeña minoría sorprendió al resto. Su mudez y la negación a cumplir su trabajo de abrelatas, en verdad, los perjudicaba.

En un intento por sustituirlos convocaron a los cangrejos, pero eran tan torpes con sus pinzas que al tiempo que demoraban se agregaba el ruido que hacían, éste podría delatarlos y terminar con una hazaña por años perfecta. No arruinaría todo una estúpida medida de fuerza de los insurrectos pajarracos verdes. Además, pensaron, los cangrejos no cuentan con el preciado don del parloteo.



-Pues bien, dijo el zorro. -Agregaremos las jaulas al pedido de prohibición pero tendrían que elevar la propuesta a los humanos, dijo pensando en que estos bichos articulaban como nadie el lenguaje oral.

Así lo hicieron. Armáronse del mejor discurso, los términos, las formalidades, la cortesía, todo lo aprendido de ellos en esos años sería utilizado para allanar el camino.

El próximo jueves se presentarían a la reunión de la planta baja el zorro, como representante de la comunidad, el leopardo que con su altivez le daría seriedad al asunto y los loros, la oratoria.

Cuidando la postura concurrieron al lugar, cada uno se presentó y comenzó la exposición, fue ardua, llena de argumentos y preguntas.

Los amos se rehusaban a las reformas, las sogas les daba ese talante de "propietarios" que no querían abandonar.

La mayoría de humanos masculinos fue avasallada por las increpaciones del oso que, sin aviso, entró intespectivamente luego de meditar sobre la trascendencia de los acontecimientos.

Dijo ser "el oso de Rodriguez", que vivía con "la señora de Rodriguez" y con "las hijas de Rodriguez". Exigía que todas estas posesiones "de Rodriguez" lleven cadenas al cuello como él.

Los dueños quedaron atónitos, la propuesta no tuvo oposición. La ley fue aprobada, ni sogas, ni jaulas. Aunque el triunfo hubiera sido completo sin la cláusula que agregaron los consorcistas al final del texto:



"Queda terminantemente prohibido el uso de sogas, jaulas y de cualquier instrumento que coarte la libertad de la comunidad animal en el edificio de la calle Paraguay, por un mes."



-Otra vez esa humana costumbre de ponerle fecha de vencimiento a todo, esta vez le tocó al "bien común", dijo el loro que se había posado sobre el lomo del oso, que no se unía al festejo.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Las olas no son el mar

Anduve
en las sinuosas profundidades
donde el ser
sin máscaras
es.

Un estratega.
La cordura y la lógica,
sus prendas.
El amor y el odio,
los panes y las frutas de su mesa.

Me vi entre dos espacios.
El suelo,
inventado para jugar a la rayuela
y llegar al anhelado cielo.
Llegar después de saltos y piedras,
de seguir la secuencia,
de largos ensayos
y algunos retrocesos.


Pero el cielo...
El cielo es este silencio.
Tu amparo en mi tormento.
La caricia.
El abrazo.

Me alejo
de las oscuras amarras.
Elijo las velas,
el viento en la cara,
el agua fresca.

Te doy mis manos.
Y en las tuyas,
regazo de mis inviernos,
entrego, absoluta,
mi esperanza,
la que tejo y destejo
con finos, coloridos tientos.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Piel adentro



El pasado se repite,
como la luna, en todas las aguas.

El pasado es esta sombra que gana los espacios que ocupo.
Se va tragando las luces. Devora los bordes de mi cuerpo. Los que rozaron tu borde en ese mar de sábanas.
Al bajar la marea, en la bahía de tus piernas, mis piernas.
Tu amplia espalda encallada en la agitada hendidura de mi pecho, donde albergaba de aquel amor primero, las tempestades.
Mis brazos, fibras de hierbas trémulas, de savia  nueva, llegaban a tu centro caliente y húmedo. Como una ofrenda, la roja flor abierta de tu carne.
El sosiego, de los cuerpos hambrientos, se ausentaba y como ley natural el recorrido se iniciaba de nuevo.
Bebíamos de todas las pieles que éramos, las aguas que brotaban incesantes.
Dejábamos a los ojos y las manos con su lenguaje hacer el trayecto. 
Mientras otra luna se rasgaba en la persiana y con su red atrapó todos los peces para llevárselos muy lejos.
Con el filo de su curvatura  segó los corales.
En estas deshabitadas olas de seda desde entonces yazgo. Entre tu olor y el cielo, el verano, la noche y esta sombra voraz en mi ensenada.

viernes, 3 de agosto de 2007

Otra patria, otro himno

Oid mortales
el grito
de la garganta oprimida
por el hastío,
la inequidad

El desconsuelo, infinito.

Esta tierra
abortiva.
Todas albergan
hasta a sus muertos
qué pasa con la mía.

Son tantos...
iniciaron su vuelo.
Pidieron cobijo a tantas patrias,
hasta llegaron a la otra orilla.
A la que embriagó
de sangre india este suelo.

Hoy no es distinto,
el hambre y el confinamiento
siguen la tarea
del exterminio.

La traición
es el sello.
La espalda herida desde el principio.

Todos saben,
ella ha sido,
la de guantes blancos,
el puñal,
el andar tranquilo.
Pocos la señalan
por las venas borbotea
el sosiego de la resignación.

La ley
encerrada en los libros,
para algunos
que podrán leerla.

Los muchos
en las escuelas
aprenden a sumar
y en la vida restan.

Logaritmos para nada.
Geografías planas.
La letra prolija.
-No trajo el delantal.
La promesa a la Bandera
Cuarto grado, no faltar.

El mapudungu y el guaraní,
más difíciles que el inglés.
El Chaltén es el Fitz Roy.
Gregoria Matorras
¿Hija del conquistador?
Julio Roca, también llamado Argentino.
Las cartas de Sarmiento,
¿Han estado en el currículo?

Revolucionarios de 1810.
Revolucionarios de 1976.
Polisemia del lenguaje mío.

French y Berutti
Moreno, Castelli, Belgrano
(pegar la figurita)
¿Subversivos?
¿Como Guevara?
¿Como Walsh?
¡Peligrosos!,
han dicho.

La otra Argentina no es "contenido".

Patria centrífuga,
expulsiva.
El destierro
o el desatino:
mitad afuera, mitad adentro.
-La promesa a la Bandera,
el domingo a la mañana,
aunque llueva
es a las diez.

jueves, 28 de junio de 2007

Zoom en el edificio de la calle Paraguay

Ejercicio de escritura a partir de "El espíritu de emulación" de Fernando Sorrentino

La ardilla había llegado al edificio hacía unos años. El leopardo, apenas unos meses atrás. Provenían de la misma selva, donde todo era amplio como el mismísimo cielo.

- El dinero es lo que los hace poderosos aquí, ¿vio don Leopardo? (Iniciaba la conversación la ardilla que estaba algo aburrida.)

- ¡Dígamelo a mí! que para comer tengo que esperar que alimenten a las cotorras, así dejan de gritar. Les molestan los gritos de las cotorras, puede creer? (Contestó molesto el leopardo).

- Y... me imagino su sentimiento de impotencia... debe mirar sus garras como quien se encuentra 1.000.000 de australes.

- ¿Australes?

- Sí, una moneda ya devaluada. Dejémoslo ahí. ( concluyó la ardilla que jamás desaprovecha la oportunidad de desanimar al leopardo. Lo logró, aunque no por mucho tiempo, la bestia empezó a dudar si la jerarquía que tuvo en la selva era realmente causa perdida.)

El leopardo pensó que de alguna manera podría forzar la restitución a su lugar. Habló con la ardilla acerca de su plan y la ardilla convencida, también ideó su estrategia.

Ella haría madrigueras en el 5º C, donde vivía, no quedaría lugar blando o semiduro sin hurguetear, almohadas, almohadones, sillas, sillones, cajas, cajitas, cajones, nada, nada estaría a salvo hasta lograr su despido.

Para el leopardo sería más fácil, recibiría a sus dueños con una mirada amenazante, un grito al lado de la cama cada hora, durante toda la noche, mostraría sus dientes al integrante de la familia que lo mirase, con eso sería suficiente.

Así fue, los vecinos del 2ºD y el 5ºC pensaron en deshacerse de sus mascotas de inmediato y esta vez, el espíritu de emulación no había intervenido.
Se encontraron en el ascensor y manifestaron sus inquietudes en una amena conversación.

El vecino del 2ºD: -Pensamos en un animal más pequeño para que pueda jugar nuestro pequeño hijo. (Mintió)

El vecino del 5ºC: -Fíjese, nosotros pensamos en un felino, el balcón es amplio y soleado, les gustan esos espacios.
Llegaron a un acuerdo inmediatamente y cada uno entró a su departamento.
Simultáneas fueron las alegrías de sus mascotas también, al ver los movimientos extraños que empezaron en sendas casas.
Observaron con placer los preparativos de una mudanza. ¡Serían devueltos! Sus cuerpos latían como nunca, basta de rutinas, de sabanitas y moños, la promesa de terminar con la urbanidad los entusiasmó. Hasta sintieron vergüenza, esa cosa que a veces sienten los humanos, por todo lo que habían hecho para conseguirlo.

Salen con sus bártulos por la puerta principal y una sonrisa implantada en cada hocico que bórrose automáticamente, como en espejo. Desaparecieron las felices muecas al enfrentarse los bichos, sujetos a sus respectivos amos. Viéronse, siendo parte de un "trueque", justo en la entrada del ascensor.

- ¡Esto es una estafa al honor! murmuraba exhasperado el leopardo.

La ardilla tiraba de la soguita hacia el otro lado, para resistirse de algún modo al intercambio.

- Acá nada se pierde, mas bien, cambia de dueño.( Balbuceó somnoliento el zorro que acostumbraba hacer una siesta debajo de la escalera y con esa ironía de zorro que no se le quita.)

- Este es un buen lugar, con buenos dueños. ¡Mire si no! que hasta logran hacer que la "libertad" para algunos no deje de ser una gran ilusión. (Replicó el oso pardo que trataba de dormir en el pasillo sujeto de una soga a la barra de la escalera. Se había contagiado de la ironía del zorro, ésta se le ha incorporado quizá por la proximidad, quizá por la repetición.)

- ¡Esa falta de optimismo, osote! ¡Qué es eso! ¡Dónde está la esperanza! Todo se le mete debajo de esa piel tan gruesa que tiene, y vaya usted a encontrar algo. ¡Así no puede ver el lado bueno que tienen las cosas! (Protestó la jirafa mientras comía las masitas que le pedía al escritor).

Al fin de cuentas las masitas le gustaban más que andar juntando hojitas de los árboles y no le interesaba demasiado andar pensando en "cosas raras".

Eso de "cada carancho a su rancho", llegó a ser algo tan relativo... Las mudanzas fueron cosa de todos los días, nadie sabía dónde estaría al día siguiente, y de a poco, dejaron de nombrar a la selva, tampoco se puede asegurar que se la hubiese olvidado.

miércoles, 6 de junio de 2007

Mientras tanto, lo nimio

Sólo la primera hora del día era suya.
En unos minutos, antes de repartirse entre delantales, desayunos y trabajo. Antes, se entregaba a la introspección mientras tomaba unos mates con la mirada alejada y hacia adentro a la vez miraba los árboles desde la ventana. En cada parte de su vida, en cada recuerdo, tenía un árbol. Gigante testigo añoso, nunca ausente.
Alguien desliza por debajo de la puerta la correspondencia puntualmente. Sin embargo continuaba incorruptiblemente fiel a ese instinto innato de sumergirse en interminables buceos mentales. Demorando la realidad, mientras pudiera.
Se permitía cierto despegue, a esa hora del día, una especie de vuelo rasante que duraba unos minutos. Era capaz de olvidarse de sí misma y del calendario.
Sólo le llamaba la atención esa mujer, la de la casita nueva, cruzando la calle. Sale cada mañana a remover sus lastros. Cambia de lugar diversos objetos en uso y desuso. Se da a la tarea de acomodarlos en forma sistemática.
Termina. Con la misma dedicación corta el pasto que rodea el árbol de su vereda. Usa un cuchillo que guarda en una caja de herramientas.
Deja caer su pelo al costado, largo, pelo que cubre su rostro y con él los años.
Sus vestidos son siempre largos también. Siempre oscuros. El cuerpo menudo puede adivinarse debajo de los pliegues amplios.
La mira, parece encontrar en esa mujer la misma dimensión del tiempo que ella tiene. Es una idea que fue concibiendo con el paso de los días.
Observa que nunca recogía su cabello, no demarcaba su cuerpo, tampoco llevaba reloj. Le parecía un ser libre. Sin sujeciones.
Luego la ve entrar a la casa y sacar dos sillas, sentarse en una y esperar.
Más tarde llega una pequeña con un gran carro de tiro, montado sobre dos ruedas de madera. Lo arrastra hasta llegar donde ella descansa. Los zapatos juntos, las puntas de los pies apenas apoyadas al piso y los talones levantados.
La niña esparce sobre el cesped y los mosaicos limpios lo que trae en su carro con exagerado deleite.
Ella desde su lugar disfruta del concierto, diversos sonidos se escapan de las cucharas, las cajitas, los restos de juguetes y aparatos inservibles al ser disparados hacia todas direcciones.
Una gran sonrisa se desprende de ese rostro aindiado.
El mate se enfriaba entre las manos mientras se cuestionaba cómo ha hecho esa mujer para que sus horas fueran siglos y una cantidad de objetos inútiles regados por doquier, un espectáculo. Concluye que quizá sólo ha abierto los ojos y sin entuertos especulativos ha visto al que está a su lado, ha reparado en la niña que deambula en el mismo tiempo paralelo que ella habita. Decide entonces, gastar sus horas preparando el espacio para encontrarse con alguien cada día y compartir lo que se desee compartir. Sin formalidades, ni fechas, ni horarios. 

Suena el despertador de los chicos, esta tarde los llevará a visitar a los abuelos. 

lunes, 14 de mayo de 2007

TANGO, TANGO

Grita
tango que canta.
Duele
tango cadente.
Llora.
El gringo
en el fuelle
habló su idioma.
Las cuerdas
y las voces
criollas.
Varones primero
percantas después.
El puñal
y el chambergo.
Tango malevo
de los postergados.
Orilleros
los encarnaron
como nadie al bailar.

viernes, 20 de abril de 2007

Dos otoños

Atardecía, mientras nos disgregábamos a la salida de la escuela. Éramos como un racimo que se desgranaba en cada esquina. Disminuían el ruido de nuestras conversaciones cruzadas y el estruendo de las risas que brotaban de nada.
Las charlas iban volviéndose cada vez más íntimas.
Nancy doblaba en Uriburu. Yo continuaba sola.
Ese día faltaba poco cuando el camión de los bomberos me hizo retroceder al intentar cruzar tu calle. Me salpicó las medias de algodón. Unos metros más, la casa de Gerardo rodeada de retamas. El ombú. Doblando por Curapaligüe, los álamos, escondidos unos tras otros. Formaban una hilera que se extendía por toda la cuadra, hasta tu puerta. Ese día no aplaudían como otros lunes de viento.
En el camino tropecé con Juan, preocupado me detuvo y dijo: -Despacio... la nona... (Se sacó los anteojos, su mirada decía más que sus palabras). Detrás de él apareció doña Querubina que con ojos llorosos asentía con la cabeza mientras lo tomaba del brazo.
Seguí casi corriendo y recordé fugazmente, en forma condensada pero precisa, como siguiendo el ritmo de mis pasos aquel domingo.
Estábamos solas,sentadas sobre la cama del cuartito de huéspedes de mi casa, allí me enseñaste a trenzar el cabello. Hiciste que pareciera un acto ritual. La luz del sol se filtraba entre las hojas de los paraísos de la vereda. Entraba a iluminar tus manos huesudas sobre mi pelo negro. Negro como el vestido a lunares que llevabas puesto, con botones de diferentes colores y tamaños. Él acentuaba la estética de abuela que ya tenía tu cuerpo. De abuela... ¿no era un agravio a tu sangre india llamarte nona? Sin embargo no lo dijiste. Quizá porque no estaba en tu espíritu la queja, sino la paciencia, el entendimiento, la pausa que les transmitió la tierra a los de tu raza, que también es la mía.
Otras imágenes se agolparon en mi pensamiento, se superpusieron urgentes, el camión, los álamos, los vecinos.
Me temblaron las piernas. Todos murmuraban inquietos, me miraron cuando llegué.
Quedé parada frente al camino que atravesaba tu huerta, al final estaba la casa. De allí salieron varios bomberos que con sus trajes rompían la monotonía del verde. Sus siluetas parecían pender del naranjo que estaba en la entrada, maduro, anunciando algún otoño. Se diluyeron las distancias, las voces y el tiempo.
Uno de ellos se acercó y confirmaba, con palabras ensayadas para estos casos, lo que vos me habías enseñado a descubrir en los detalles.
Me secaba las lágrimas con el pullover azúl que apretaba con los dedos cuando una pluma blanca, diminuta, que tenía tu parcimonia y la suavidad de tus palabras, cayó sobre mi hombro y se deslizó lenta por el brazo. Luego, una ráfaga la devolvió al aire cuando oí tu voz...
- Sólo he cambiado de forma, ha oído m' hija?

jueves, 22 de marzo de 2007

Las razones de la naturaleza

Apiladas unas sobre otras, soportando los traslados desde que el hombre del sombrero de juncos, el que las regó cada día, dijo: "ya están".
Después de acariciarlas con la mano izquierda, con la otra les asestaba un tajo en cada tallo.
Pasaron de mano en mano hasta llegar a ese lugar.
Ella supo entonces que aquella vida de sol y sombra, de aguas continuas y benéfica soledad, había terminado.
Se miró, era la sexta de la cuarta fila contando desde abajo. Era una en mil.
Muchos la miraron, la tocaron y se fueron. Hasta que llegó él. Se paró enfrente y dijo sin dudar: "ésta", chasqueándola con su guante raído y maloliente. La sacarían de ahí. El peso y la presión la estaban ahogando, no se puede negar que sintió alivio. Y por un instante soñó con volver al campo, al amparo de las hojas grandes, a la tierra fresca, al rocío.
La tomaron, y otra vez el cuchillo, impetuoso y decidido, no tardó en trazar un triángulo en su piel verde como el musgo y la aceituna. Se hundió en su imperfecta redondez. No perdonó a las semillas.
Hubo un grito que terminó en lastimoso quejido. Llegó a los pájaros y a la tierra. Mientras, de a poco, le rasgaban las entrañas. Entre dientes y risas vió las semillas que iban dejando en una especie de plato. Le dolieron cuando pensó que no germinarían. Pero ese es un dolor ancestral que la naturaleza hereda una y otra vez, junto al consuelo de que serán menos los frutos que acariciarán con la mano izquierda para desangrarlos con la derecha.

jueves, 8 de marzo de 2007

Cachilo

Quien dijo más que con palabras
La Sarmiento
dice que lo extraña,
que fue testigo de sus sueños.

Las paredes hablan
porque sus palabras
se les incrustaron adentro.

El pensador ya no se sienta,
no pinta los muros,
tampoco descansa.

Sólo se fue.
Habitará los ojos de los caminantes
o las manos sucias de los pibes
que por falta de escuela
no podrán leerlo.

La patria
no tendrá sus crayones,
pero Rosario lo guarda entero.

Al dueño de las palabras
le pregunto:
Qué le ha dicho,
antes de irse,
a la Sarmiento.

Rosario, 5 de octubre de 1991

Quien pueda leer...

                  Cachilo vivía en los umbrales del Ministerio de Salud y Acción Social,                                    de  la ciudad de Rosario, sobre la calle Sarmiento.



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Él alguna vez escribió:

AQUÍ ESTÁ LA BANDERA IDOLATRADA, REGALADA

SI LOS HOMBRES FUERAN TODOS MILITARES
EN EL MUNDO HO HABRÍA PAZ.
TAMPOCO MAESTROS EJEMPLARES.

ESTANCIA
LA PAULINA
PERICÓN
ARGENTINA

EXPERTOS CONSULTENNOS ANTES DE ENGAÑARNOS

LO QUE NO ES DE UNO NO ES DE NINGUNO

LA BORRACHERA SE PASA, LA LOCURA NO

JUGAR CON POETA
TRAE YETA


Le agradezco a Claudia Martínez de la Biblioteca popular Cachilo y FM Aire Libre de Rosario por compartir conmigo sus archivos, ayudaron a contestar, dolorosamente, la pregunta que cerraba mi poema:

"El día que murió en Sarmiento, entre Urquiza y Tucumán, se encontró junto a él una caja de cartón de pizza donde había escrito:

                                 " CADÁVER RESTO, PERDONE SI MOLESTO "








miércoles, 7 de marzo de 2007

Destino

Cincelado
en el principio.
Infinitamente originario.
Eterno y subversivo
se yergue
único
vertical.
En el oriente
nacen y mueren,
su virtud y la promesa
Se ciñen luego
el inicio y el final
Se huelen
repelen
atraen
expulsan
indómitos confluyen
en punto perverso
difuso
vital

Verano



Mediodía con lluvia.

El olor a tierra mojada no irrumpía en la cocina donde el laurel era el dueño del espacio.
En la radio, Bola de Nieve se abría paso imperativamente. Bailaron... bailaron dejándose llevar por la música. Desoyeron las palabras al piano..."Vete de mí..."
Bailaron sin hablar, sin medir los pasos, alrededor de la mesa, mezclando los cuerpos, saciándose infinitamente.

lunes, 5 de marzo de 2007

"El arte de no decir"

Raúl Silanes, poeta mendocino, dice que "la poesía es un desafío por decir lo que no se puede". Entonces por qué nos satisface tanto?

Es en ese vaivén de intentos donde nos encontramos, nos decimos, nos leemos, entre imaginarios damos lugar a la poesía, ese acto compulsivo de decir y no decir a la vez, de explicar, de bordear, de escribir para que no se lo trague todo el silencio.

En esta tensión coexisten la pulsa por salir y la resistencia, al callar. Investir con diferentes ropajes, disfrazar hasta el ridículo y escenificar. Aunque después veamos caer el atuendo, el maquillaje y quedemos ahí, totalmente desnudos, despojados, sin palabras, frente a frente con uno mismo.

Ay! poesía, de todos modos necesaria, como repetir a pesar del cansancio los detalles y así gastar con palabras el dolor que causa esa cosa que no se sabe más que el nombre, eso que se es "después de haber sido". Tan doloroso como el vacío del "antes de ser" que nuestra mente de adulto ha olvidado. La falta de respuesta en uno y otro caso es igualmente insoportable. Y si por alguna razón su memoria lo ha apartado, pues, escuche a los niños, ellos saben de qué hablo.

Isabel Allende parece recordar algo diferente: "Dónde estabas antes de germinar en el vientre de Celia? Tengo mil preguntas que hacerle, pero temo que cuando pueda contestarme ya habrá olvidado cómo era el cielo."
Llama cielo, a lo que después nombra como silencio. "Silencio antes de nacer, silencio después de la muerte, la vida es puro ruido entre dos insondables silencios."

Cielo, Silencio, Vacío, parecen referirse a lo mismo.

He escuchado con atención ese acto catártico de relatar una y otra vez los hechos que anteceden a la muerte de alguien, la muerte, esa cosa inabordable, donde toda palabra es insuficiente, como en la poesía. Hay algo que no se deja decir, e insiste, uno debe empezar otra vez, corregir, que implica a veces tachar o agregar. Pero nada garantiza que quede bien y mucho menos, finalizado.
¿Será por eso que "un libro nunca se termina, es uno el que se da por vencido" como dice don Ernesto en "Antes del fin"?